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lunes, 11 de febrero de 2013

CONCURSO DE RELATOS CORTOS - La vie en rose, por Merche Eariel


Manhatto ya casi había atrapado a aquel odioso criminal que secuestraba amables ancianitas y las obligaba a comer nubes en mal estado, pero cuando estiró el brazo para agarrar por la capa a
aquel desalmado, una sombra rosa, surgió de la noche y se lanzó sobre Nube Caducada, apresándolo.
La sorpresa para Manhatto fue total.
¿De dónde había salido aquella forma rosa?
¿Quién era?
¿Cómo se llamaba?
¿Por qué olía tan bien?
La sombra rosa ató a Nube Caducada y pulsando un botón de su reloj, se fue como había aparecido, dejando que la policía arrestara al villano malvado.
Manhatto regresó a su manhatto-guarida cabizbajo y pensativo. Allí lo esperaba C. Gumworth, su fiel mayordomo, con una taza de chocolate humeante.
-”Buenas noches, señor, ¿todo ha salido como esperaba?- le preguntó C. Gunworth
Y Manhatto hundiéndose en el sofá, le relató el extraño incidente de la noche.
Esa noche Manhatto tuvo sueños inquietantes en los cuales aquella sombra rosa aparecía de la nada, e invadiéndolo todo con su inconfundible aroma (¿rosas?, ¿chicle?...), se le iba acercando, acercando, y ya cuando casi la tenía tan cerca que podía apreciar la trama de su ajustado traje rosa, se despertaba con el corazón desbocado y sudando a mares. Al no poder dormir bajó a la manhatto-cueva y se puso a investigar acerca de aquella sombra rosa.
Pese a tener la tecnología más avanza en todos los campos de ciencia, Manhatto no pudo encontrar ninguna información. C. Gumworth tampoco encontró nada acerca de la dama. Simplemente aquella dama rosa parecía no existir.
Completamente desorientado y desalentado, se disponía a tomar su chocolate de antes del desayuno, cuando C. Gumworth le dijo:
-¡Mire señor! ¡Es la manhatto-señal!
En menos que se tarda en decir “manhatto-expialidoso” ya corría hacía la ciudad.
Se trataba de un robo en un joyería y lo había cometido, por la sonrisa del guardia de seguridad, el brutal Monkeyr, ese criminal cuyas víctimas sonreían como monos. En la escena del crimen había un dulce aroma y pequeñas pelusas rosas...como si alguien hubiese arrastrado a...¡Santo Peluche!...¡aquel maníaco había secuestrado a la forma rosa! No podía permitir que aquella dama rosada sufriera el más mínimo daño y valiéndose de su fino olfato, Manhatto siguió el rastro hasta la zona portuaria.
Allí, en una de las naves escuchó una voz femenina que decía:
-¡Bestia, más que bestia! ¡Salvaje! ¡Aprende a tratar a una señorita!
Manhatto, descendió por una abertura realizada en el techo, y descolgándose llegó hasta donde Monkeyr tenía atada a la forma rosa.
Por fin pudo ver que se trataba de una bella dama enfundada en un traje rosa; era extraordinariamente bella y emanaba aquel perfume tan embriagador.
Lanzó un par de granadas de humo y deslizándose llegó hasta el desorientado Monkeyr y propinándole una buena patada lo dejó K.O y atado.
La chica se encontraba también desorientada por el humo; la desató y sacándola al limpio aire marino, la tendió encima de unos sacos.
Vista de cerca, era toda una belleza, y aquel aroma lo envolvía sutilmente, pero a la vez de una forma inexorable. La dama abrió los ojos, unos inmensos ojos lila y mirándolo dijo:
-¡Que amable! ¡Aquel bruto pretendía comerse mi interior de algodón de azúcar! Por cierto me llamo Kitty-Pink.
Manhatto supo en ese momento que su destino seguiría ligado por siempre jamás a tan bella y dulce dama. En su manhatto-móvil la llevó hasta su casa y ella lo invitó a tomar una última taza de
chocolate.
Esa noche se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Compartían desde la pasión por el chocolate, hasta su aborrecimiento por los villanos malvados. Fue una noche de pasión desenfrenada, en la que untaron sus cuerpos con chocolate derretido y lo lamieron del cuerpo del otro...bebieron champán y el la bautizó con el sobre nombre de Hatto-Pink, la heroína que lo ayudaría a partir de entonces a luchar contra en crimen.
Por la mañana, desayunaron un chocolate caliente, pero esta vez con manhatto-mallows sin caducar.
C. Gumworth tuvo mucho más trabajo a partir de entonces, ya que la casa estaba constantemente llena de pelusas rosas de algodón de azúcar y manchas de chocolate derretido. Pero fue feliz viendo la alegría de Manhatto y Hatto-Pink.

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